Por Martín Artigas
Adaptar los textos de Horacio Quiroga, ese hombre que encontró en la selva la llave de su universo literario, no representa un desafío menor. Sin embargo, Hernán Morán logró su cometido: en Los insolados, el atormentado espíritu del escritor uruguayo parece sobrevolar la escena una y otra vez a través de un texto que es uno y todos sus cuentos al mismo tiempo.
Porque allí está Alicia, la agonizante protagonista de "El almohadón de plumas", y también Berta, la madre insensible de "La gallina degollada". Pero, antes que nada está Quiroga, el hombre que, aún a riesgo de perderlo todo, se negaba a abandonar esa tierra tan fascinante como áspera y cruel. Porque en la puesta, tal como en los cuentos, la naturaleza es la que marca el destino de los hombres.
En una mañana sofocante de diciembre, Berta (Adriana Pregliasco) llega desde la ciudad hasta el monte para visitar a Alicia (Marcela Arza), su prima enferma. Su marido, Mazzini (Sebastián Suñé), no parece estar muy feliz con la idea, pero entiende que poco puede hacer para que su esposa olvide sus sueños premonitorios y cambie de idea. Alicia está casada con Jordán (Andrés Giardello), el hombre que la llevó a vivir a aquél lugar alejada de los médicos que nunca supieron dar una respuesta a esa enfermedad que parece carcomerla día tras día, y es cuidada por Isolda (Rocío Rodríguez), una mujer abnegada y plenamente dedicada a la tarea. Junto a ellos vive Estéban (Nacho Ciatti), el hermano de Jordán, un hombre que se siente conscientemente preso en aquél lugar, a la espera de resolver una herencia que pueda solventar su vida bohemia.
El sofocante sol del mediodía que recibe a los recién llegados al comenzar la obra se convierte en una constante y traza el perfecto paralelismo con la obra de Quiroga: el antagonismo entre la ingenua omnipotencia -y prepotencia- del ser humano y la casi siempre triunfante naturaleza, que impone su rigor en pos de dejar en claro quién está subordinado a quién. La creación de ese clima denso e insalvable marca un gran punto para Los insolados.
La escenografía también es un acierto. La puesta se centra en un espacio en constante movimiento que permite al espectador "hacer foco" en lo que está sucediendo en las distintas habitaciones de esa cabaña perdida en medio del monte. Las sombras detrás del telón, en tanto, recrean sueños, recuerdos y espacios terrenales con igual eficacia, y el acompañamiento musical en manos de Juan Bisso y sus muy atinadas notas en el violín marca los puntos altos del relato.
Hay imágenes tristemente bellas en las oscuras ensoñaciones de Alicia, hay personajes que hieren impunemente con palabras y otros que prefieren guardar eterno silencio. Son diez los actores que le ponen el cuerpo a esos hombres y mujeres sofocados, asfixiados, algunos entregados a la fatalidad de sus existencias y otros que hacen intentos desesperados por escaparle a su destino. Y lo hacen muy bien, conviviendo en escena con ese ambiente que simula la voracidad de una selva y aportando los matices necesarios para que esas criaturas respiren espanto, amor, tozudez, deseo, odio, frustración y compasión, los sentimientos que tanto inspiraron a la pluma de Quiroga a comienzos del siglo pasado.
Porque allí está Alicia, la agonizante protagonista de "El almohadón de plumas", y también Berta, la madre insensible de "La gallina degollada". Pero, antes que nada está Quiroga, el hombre que, aún a riesgo de perderlo todo, se negaba a abandonar esa tierra tan fascinante como áspera y cruel. Porque en la puesta, tal como en los cuentos, la naturaleza es la que marca el destino de los hombres.
En una mañana sofocante de diciembre, Berta (Adriana Pregliasco) llega desde la ciudad hasta el monte para visitar a Alicia (Marcela Arza), su prima enferma. Su marido, Mazzini (Sebastián Suñé), no parece estar muy feliz con la idea, pero entiende que poco puede hacer para que su esposa olvide sus sueños premonitorios y cambie de idea. Alicia está casada con Jordán (Andrés Giardello), el hombre que la llevó a vivir a aquél lugar alejada de los médicos que nunca supieron dar una respuesta a esa enfermedad que parece carcomerla día tras día, y es cuidada por Isolda (Rocío Rodríguez), una mujer abnegada y plenamente dedicada a la tarea. Junto a ellos vive Estéban (Nacho Ciatti), el hermano de Jordán, un hombre que se siente conscientemente preso en aquél lugar, a la espera de resolver una herencia que pueda solventar su vida bohemia.
El sofocante sol del mediodía que recibe a los recién llegados al comenzar la obra se convierte en una constante y traza el perfecto paralelismo con la obra de Quiroga: el antagonismo entre la ingenua omnipotencia -y prepotencia- del ser humano y la casi siempre triunfante naturaleza, que impone su rigor en pos de dejar en claro quién está subordinado a quién. La creación de ese clima denso e insalvable marca un gran punto para Los insolados.
La escenografía también es un acierto. La puesta se centra en un espacio en constante movimiento que permite al espectador "hacer foco" en lo que está sucediendo en las distintas habitaciones de esa cabaña perdida en medio del monte. Las sombras detrás del telón, en tanto, recrean sueños, recuerdos y espacios terrenales con igual eficacia, y el acompañamiento musical en manos de Juan Bisso y sus muy atinadas notas en el violín marca los puntos altos del relato.
Hay imágenes tristemente bellas en las oscuras ensoñaciones de Alicia, hay personajes que hieren impunemente con palabras y otros que prefieren guardar eterno silencio. Son diez los actores que le ponen el cuerpo a esos hombres y mujeres sofocados, asfixiados, algunos entregados a la fatalidad de sus existencias y otros que hacen intentos desesperados por escaparle a su destino. Y lo hacen muy bien, conviviendo en escena con ese ambiente que simula la voracidad de una selva y aportando los matices necesarios para que esas criaturas respiren espanto, amor, tozudez, deseo, odio, frustración y compasión, los sentimientos que tanto inspiraron a la pluma de Quiroga a comienzos del siglo pasado.
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