sábado, 23 de junio de 2012
lunes, 18 de junio de 2012
sábado, 16 de junio de 2012
martes, 12 de junio de 2012
lunes, 11 de junio de 2012
martes, 5 de junio de 2012
Críticas en pantuflas
Pantuflas: 4 de 5
Otras obras que me gustaron de Hernan Morán: Urdinarraín.
En la primaria cada vez que me tocaba una región geográfica me daban “Mesopotamia”, como quedaba en grupos de vagos terminaba haciendo el laburo yo solo. Después mi viejo se fue a vivir a Corrientes y acrecentó la sensación de abandono, opresión y pasiones enfermizas que el litoral sería para mí, y de repente Quiroga. El sistema educativo colabora por accidente, es así como llegan a mi los cuentos de amor de locura y de muerte de Horacio Quiroga, yo, pequeño lector fanático de Edgar Allan Poe pude palpar toda esa desesperación, esa catalepsia narrativa que te deja como muerto para levantarte de un espasmo y volver oscuro un día de sol, todo eso pero ahora entre siestas y olores de mi odiado litoral. Quiroga no era un Poe autóctono, no, él fue mi primer veneno literario y en él muero feliz, suicidado como su hija, su hijo, su esposa y él mismo.
Los Insolados es una puesta teñida con la sangre de este autor uruguayo pero sin reposarse enteramente en su literatura, es un trabajo con identidad propia donde uno puede reconocer personajes de los cuentos, pero si nunca los leyó igual vivirá esa angustia y felicidad amarga que el escritor maneja con maestría en cada cuento.
La selva, el monte, como prisión al aire libre inicia esta historia que tiene el ritmo de un vals donde oscilamos de mano en mano con distintas parejas. Las hay hipócritas, las hay libidinosas, las hay más lujuriosas y las hay pálidas, huesudas, pero clementes, como Isolda. La muerte reposa en la cara de cada ser que vemos en escena, y las pasiones brotan de sus labios, algunos las escupen, otros las lamen y mas de uno las calla.
Con una escenografía que nos traslada y se traslada, con luces que narran, con la disposición de los actores en torno a cada protagonista creando ambientes y mundos donde la palabra, o la letra escrita, es muda pero no tácita, el director Hernán Morán hace del lenguaje de Quiroga una sensación ambiental que parte de los ojos de cada uno de los actores y se mete en tu espina, en tu sangre, hasta acariciarte y con el apagón final cerrar tus ojos como los muertos de cada historia que atraviesa la escena.
Resuelta sin ser una replica de los cuentos, esta obra cuenta no solo con una disección interesantísima de la obra sino también con actores que ahora cada vez que yo relea alguna de las piezas, serán ellos quienes la actúen en mi mente. Sinérgicos y con un timing muy preciso se los ve en escena fluidos y conectados, ninguno pisa al otro, ni en letra ni en energía, hasta el aplauso final (gigante y merecido) uno puede creer que están todos fagocitados por ese monte que no sería tan asesino ni tan carcelero si no tuviese el peor animal que lo puede habitar: el humano.
El violín que acompaña es una elección acertada y dulcemente perturbadora. El domingo como marco de la salida invita a dejarse llevar por este río de calamidades, de enfermedades, de pasiones horribles en nombre del asqueroso y asqueado amor. Los Insolados no es una obra de teatro, es la sensación de ternura, de asfixia, de amor de locura y de muerte que se siente al leer a Quiroga.
Lucas.
Otras obras que me gustaron de Hernan Morán: Urdinarraín.
En la primaria cada vez que me tocaba una región geográfica me daban “Mesopotamia”, como quedaba en grupos de vagos terminaba haciendo el laburo yo solo. Después mi viejo se fue a vivir a Corrientes y acrecentó la sensación de abandono, opresión y pasiones enfermizas que el litoral sería para mí, y de repente Quiroga. El sistema educativo colabora por accidente, es así como llegan a mi los cuentos de amor de locura y de muerte de Horacio Quiroga, yo, pequeño lector fanático de Edgar Allan Poe pude palpar toda esa desesperación, esa catalepsia narrativa que te deja como muerto para levantarte de un espasmo y volver oscuro un día de sol, todo eso pero ahora entre siestas y olores de mi odiado litoral. Quiroga no era un Poe autóctono, no, él fue mi primer veneno literario y en él muero feliz, suicidado como su hija, su hijo, su esposa y él mismo.
Los Insolados es una puesta teñida con la sangre de este autor uruguayo pero sin reposarse enteramente en su literatura, es un trabajo con identidad propia donde uno puede reconocer personajes de los cuentos, pero si nunca los leyó igual vivirá esa angustia y felicidad amarga que el escritor maneja con maestría en cada cuento.
La selva, el monte, como prisión al aire libre inicia esta historia que tiene el ritmo de un vals donde oscilamos de mano en mano con distintas parejas. Las hay hipócritas, las hay libidinosas, las hay más lujuriosas y las hay pálidas, huesudas, pero clementes, como Isolda. La muerte reposa en la cara de cada ser que vemos en escena, y las pasiones brotan de sus labios, algunos las escupen, otros las lamen y mas de uno las calla.
Con una escenografía que nos traslada y se traslada, con luces que narran, con la disposición de los actores en torno a cada protagonista creando ambientes y mundos donde la palabra, o la letra escrita, es muda pero no tácita, el director Hernán Morán hace del lenguaje de Quiroga una sensación ambiental que parte de los ojos de cada uno de los actores y se mete en tu espina, en tu sangre, hasta acariciarte y con el apagón final cerrar tus ojos como los muertos de cada historia que atraviesa la escena.
Resuelta sin ser una replica de los cuentos, esta obra cuenta no solo con una disección interesantísima de la obra sino también con actores que ahora cada vez que yo relea alguna de las piezas, serán ellos quienes la actúen en mi mente. Sinérgicos y con un timing muy preciso se los ve en escena fluidos y conectados, ninguno pisa al otro, ni en letra ni en energía, hasta el aplauso final (gigante y merecido) uno puede creer que están todos fagocitados por ese monte que no sería tan asesino ni tan carcelero si no tuviese el peor animal que lo puede habitar: el humano.
El violín que acompaña es una elección acertada y dulcemente perturbadora. El domingo como marco de la salida invita a dejarse llevar por este río de calamidades, de enfermedades, de pasiones horribles en nombre del asqueroso y asqueado amor. Los Insolados no es una obra de teatro, es la sensación de ternura, de asfixia, de amor de locura y de muerte que se siente al leer a Quiroga.
Lucas.
lunes, 4 de junio de 2012
Página 12 - Nota
Paisajes de tragedia
La obra teatral reúne a diez personajes extraídos de diferentes cuentos de Horacio Quiroga. Elementos ficcionales que remiten, también, a la propia vida del notable escritor uruguayo.
Por Cecilia Hopkins
Inspirada en Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga, Los insolados, obra de Hernán Morán, reúne a 10 personajes extraídos de diferentes cuentos del autor uruguayo que vivió entre 1878 y 1937. Dirigido por el propio autor junto a María Urtubey, el montaje puede verse los domingos a las 19 en el Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556). Esta aproximación teatral al dramático universo narrativo de Quiroga cuenta con las actuaciones de Sebastián Suñé, Nacho Ciatti, Adriana Pregliasco, Marcela Arza, Andrés Passeri, Andrés Giardello, María Lía Bagnoli, Rocío Rodríguez, Juan Manuel Zuluaga y Rodrigo Guzay. La música es interpretada en vivo por Juan Bisso. Los diseños de vestuario y escenografía pertenecen a Gustavo Alderete y Sebastián Roses y Mariano Savak, respectivamente.
Si bien la dramaturgia de Los insolados fue construida a partir del análisis de los cuentos de Quiroga, la lectura de La vida brava, pieza de la uruguaya Helena Corbellini, les dio pistas a Morán y Urtubey para descubrir que “cada cuento muestra una faceta diferente de la vida del autor”, según manifiestan en la entrevista con Página/12. Y si bien los directores no buscaron con su obra ilustrar la biografía de Quiroga, encontraron referencias directas a hechos de la vida misma del narrador con los tres relatos que eligieron para estructurar el montaje: “La gallina degollada”, “El almohadón de plumas” y “Una estación de amor”.
Ambientada a principios del siglo XX, Los insolados narra la historia de dos matrimonios que se encuentran en una estancia misionera, ambos atormentados por la maldición de la herencia familiar: una de las mujeres lucha por sobrevivir a una misteriosa enfermedad que se presume de carácter hereditario, en tanto que la otra intenta romper con la maldición de una descendencia de hijos que padecen una enfermedad mental que va agravándose con el tiempo. En la medida en que van enlazándose las historias, otros motivos provenientes de diversos textos de Quiroga irrumpen en la trama. “El sol abrasador de diciembre –sintetizan los directores– irá fundiendo las historias hacia una misma tragedia.”
En cuanto a la amenaza que representa el paisaje en la obra de Quiroga, Morán y Urtubey afirman: “Además de ser el escenario predominante en la literatura de Quiroga, la selva y el monte simbolizan al inconsciente, un lugar al que tememos ingresar porque no podemos controlarlo”. Así, Berta, personaje de “La gallina degollada”, caracteriza al monte como una provocación constante. Y Alicia, personaje de “El almohadón de plumas”, ve en la selva “su purgatorio en vida, el lugar de donde vendrá esa fuerza que la liberará de su martirio y de su enfermedad para morir en paz”, según señalan los directores. Por su parte, el individuo más alejado de la naturaleza (el citadino Esteban, personaje extraído de “Una estación de amor”) “vive la experiencia del monte como un castigo, un infierno en el que su hermano lo obliga a permanecer”. Para ambos artistas, la selva aparece en el montaje como un personaje más: “En el mundo de Quiroga –afirman–, la tragedia es parte del paisaje, y la naturaleza –que siempre manda– le recuerda al hombre que éste pertenece a su mundo, como el resto de los animales”. En cuanto al tema de la herencia familiar, los directores señalan que éste es un motivo que atraviesa la estructura general de la obra. “La historia se ha encargado de remarcarnos que la herencia siempre está en la sangre, materia prima de los cuentos de Quiroga”, afirma Morán.
Nuestros Actores - Critica
Por Martín Artigas
Adaptar los textos de Horacio Quiroga, ese hombre que encontró en la selva la llave de su universo literario, no representa un desafío menor. Sin embargo, Hernán Morán logró su cometido: en Los insolados, el atormentado espíritu del escritor uruguayo parece sobrevolar la escena una y otra vez a través de un texto que es uno y todos sus cuentos al mismo tiempo.
Porque allí está Alicia, la agonizante protagonista de "El almohadón de plumas", y también Berta, la madre insensible de "La gallina degollada". Pero, antes que nada está Quiroga, el hombre que, aún a riesgo de perderlo todo, se negaba a abandonar esa tierra tan fascinante como áspera y cruel. Porque en la puesta, tal como en los cuentos, la naturaleza es la que marca el destino de los hombres.
En una mañana sofocante de diciembre, Berta (Adriana Pregliasco) llega desde la ciudad hasta el monte para visitar a Alicia (Marcela Arza), su prima enferma. Su marido, Mazzini (Sebastián Suñé), no parece estar muy feliz con la idea, pero entiende que poco puede hacer para que su esposa olvide sus sueños premonitorios y cambie de idea. Alicia está casada con Jordán (Andrés Giardello), el hombre que la llevó a vivir a aquél lugar alejada de los médicos que nunca supieron dar una respuesta a esa enfermedad que parece carcomerla día tras día, y es cuidada por Isolda (Rocío Rodríguez), una mujer abnegada y plenamente dedicada a la tarea. Junto a ellos vive Estéban (Nacho Ciatti), el hermano de Jordán, un hombre que se siente conscientemente preso en aquél lugar, a la espera de resolver una herencia que pueda solventar su vida bohemia.
El sofocante sol del mediodía que recibe a los recién llegados al comenzar la obra se convierte en una constante y traza el perfecto paralelismo con la obra de Quiroga: el antagonismo entre la ingenua omnipotencia -y prepotencia- del ser humano y la casi siempre triunfante naturaleza, que impone su rigor en pos de dejar en claro quién está subordinado a quién. La creación de ese clima denso e insalvable marca un gran punto para Los insolados.
La escenografía también es un acierto. La puesta se centra en un espacio en constante movimiento que permite al espectador "hacer foco" en lo que está sucediendo en las distintas habitaciones de esa cabaña perdida en medio del monte. Las sombras detrás del telón, en tanto, recrean sueños, recuerdos y espacios terrenales con igual eficacia, y el acompañamiento musical en manos de Juan Bisso y sus muy atinadas notas en el violín marca los puntos altos del relato.
Hay imágenes tristemente bellas en las oscuras ensoñaciones de Alicia, hay personajes que hieren impunemente con palabras y otros que prefieren guardar eterno silencio. Son diez los actores que le ponen el cuerpo a esos hombres y mujeres sofocados, asfixiados, algunos entregados a la fatalidad de sus existencias y otros que hacen intentos desesperados por escaparle a su destino. Y lo hacen muy bien, conviviendo en escena con ese ambiente que simula la voracidad de una selva y aportando los matices necesarios para que esas criaturas respiren espanto, amor, tozudez, deseo, odio, frustración y compasión, los sentimientos que tanto inspiraron a la pluma de Quiroga a comienzos del siglo pasado.
Porque allí está Alicia, la agonizante protagonista de "El almohadón de plumas", y también Berta, la madre insensible de "La gallina degollada". Pero, antes que nada está Quiroga, el hombre que, aún a riesgo de perderlo todo, se negaba a abandonar esa tierra tan fascinante como áspera y cruel. Porque en la puesta, tal como en los cuentos, la naturaleza es la que marca el destino de los hombres.
En una mañana sofocante de diciembre, Berta (Adriana Pregliasco) llega desde la ciudad hasta el monte para visitar a Alicia (Marcela Arza), su prima enferma. Su marido, Mazzini (Sebastián Suñé), no parece estar muy feliz con la idea, pero entiende que poco puede hacer para que su esposa olvide sus sueños premonitorios y cambie de idea. Alicia está casada con Jordán (Andrés Giardello), el hombre que la llevó a vivir a aquél lugar alejada de los médicos que nunca supieron dar una respuesta a esa enfermedad que parece carcomerla día tras día, y es cuidada por Isolda (Rocío Rodríguez), una mujer abnegada y plenamente dedicada a la tarea. Junto a ellos vive Estéban (Nacho Ciatti), el hermano de Jordán, un hombre que se siente conscientemente preso en aquél lugar, a la espera de resolver una herencia que pueda solventar su vida bohemia.
El sofocante sol del mediodía que recibe a los recién llegados al comenzar la obra se convierte en una constante y traza el perfecto paralelismo con la obra de Quiroga: el antagonismo entre la ingenua omnipotencia -y prepotencia- del ser humano y la casi siempre triunfante naturaleza, que impone su rigor en pos de dejar en claro quién está subordinado a quién. La creación de ese clima denso e insalvable marca un gran punto para Los insolados.
La escenografía también es un acierto. La puesta se centra en un espacio en constante movimiento que permite al espectador "hacer foco" en lo que está sucediendo en las distintas habitaciones de esa cabaña perdida en medio del monte. Las sombras detrás del telón, en tanto, recrean sueños, recuerdos y espacios terrenales con igual eficacia, y el acompañamiento musical en manos de Juan Bisso y sus muy atinadas notas en el violín marca los puntos altos del relato.
Hay imágenes tristemente bellas en las oscuras ensoñaciones de Alicia, hay personajes que hieren impunemente con palabras y otros que prefieren guardar eterno silencio. Son diez los actores que le ponen el cuerpo a esos hombres y mujeres sofocados, asfixiados, algunos entregados a la fatalidad de sus existencias y otros que hacen intentos desesperados por escaparle a su destino. Y lo hacen muy bien, conviviendo en escena con ese ambiente que simula la voracidad de una selva y aportando los matices necesarios para que esas criaturas respiren espanto, amor, tozudez, deseo, odio, frustración y compasión, los sentimientos que tanto inspiraron a la pluma de Quiroga a comienzos del siglo pasado.
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