Este estreno de Hernán Morán nos acerca al mundo de Horacio Quiroga. Mediante la adaptación de dos de sus más populares cuentos, “El almohadón de plumas” y “La gallina degollada”, ambas historias se vinculan en un trabajo de compleja producción y dinámico montaje.
Situada en Misiones a principios del siglo pasado, el elenco se zambulle en la tragedia y lo lúgubre de un universo de enfermedad, relaciones familiares desesperanzadas, agobio potenciado por el clima opresivo, y tensión y crispamiento por las distintas circunstancias que los aquejan.
Berta (Adriana Pregliasco) y Mazzini (Sebastián Suñé) hacen un viaje que es una excusa para escapar de dos de sus hijos, condenados por la naturaleza, y del certero presentimiento de que los dos restantes, los mellizos, que llevan dieciocho meses de vida normal, seguirán el mismo recorrido que los dos anteriores. Visitan a la prima de Berta, Alicia (Marcela Arza), que padece una enfermedad cerebral que le provoca delirios, por momentos escenificados por los actores, haciendo al espectador entrar y salir de la cabeza de la pobre y agonizante joven. Su marido Jordán (Marcelo Martín), a cargo de la estancia, intenta resignado que sus tierras den sus frutos, lo que cual no consigue y esto es metáfora de lo inhóspito del ambiente y las relaciones. Fue él quién había decidido llevar a Alicia al aislamiento en esa casa, al cuidado de la fiel Isolda (Lola Borgia), donde también vive de prestado el hermano de Jordán, Esteban (Nacho Ciatti), que subsiste inmerso en una realidad de alcohol y poesía, perdido en su amor por Alicia.
Otro ser que habita esta obra es el hermano de Isolda, Octavio, un jovencito con conductas animalezcas interpretado con arrojo y frescura por Andrés Passeri.
Un personaje que trae mundo exterior es una jóven, Lidia (Lía Bagnoli), que ansía subir un escalón en la sociedad, presionando a Esteban para transformar el vínculo nocturno en diurno, e ingresar a la familia.
Todo está dado como para que la tragedia se desarrolle, y así sucede. Una propuesta arriesgada, tanto por la intensidad de actuación que requiere para que el espectador entre en ese mundo, como por la decisión de recrear la época desde lo estético. El vestuario está bien logrado (Gustavo Alderete y Natalia González para la Polillla Vestuario). Han sido exhaustivos en la investigación y el detalle, gran pilar en la verosimilitud del trabajo.
La casa está montada sobre una plataforma (pequeña en relación a todo lo que sucede en ella, lo cual acentúa el hacinamiento) que al poseer movilidad, es girada por los peones de la estancia (Rodrigo Guzay y Juan Manuel Zuluaga), aportando dinamismo a la puesta en escena, y permitiendo variar el punto de vista sobre los distintos ambientes y personajes que la habitan.
Una buena opción recién salida del horno para adentrarse en los truculentos laberintos quirogueanos.
Criticunder - Los Insolados
Felicito a todo el elenco!!! nos encantó!
ResponderEliminarExcelente!
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